Música, emociones y comunicación

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Desde tiempos muy remotos, la música ha representado en la evolución del ser humano un canal de expresión. Durante la prehistoria, nuestros ancestros utilizaban elementos de la música para poder comunicarse, partiendo de la imitación de la naturaleza, inicialmente, a través del ritmo y su voz; a medida que transcurrieron los años, éste fue explorando hasta ir creando nuevas formas de expresión musical valiéndose de su propio cuerpo y elementos de su entorno.

Pero, ¿qué quería comunicar el hombre con la música? Ante la presencia de esta pregunta, se podría responder que, posiblemente, existieron diferentes motivos para que el ser humano comenzara a incorporarla en un o en su estilo de vida, partiendo de la conexión hombre-naturaleza, adoración a dioses y no dioses, entre otros. Sin embargo, podría decir que verdaderamente lo que llevó al hombre a utilizar la música en su día a día, además de las intenciones de danzar, escuchar y/o cantar, también fue el hecho de querer expresar pensamientos, ideas e incluso emociones inexplicables.

El ser humano, por naturaleza, es un ser emocional. Darwin (1852) a través de sus diferentes investigaciones aportó episteme importante en cuanto a la expresión de las emociones tanto en el hombre como en los animales. Ciertamente, este investigador planteaba sus teorías a través del método científico, de lo tangible; a pesar de ello, pienso que no era determinista, no dejaba a un lado lo intangible.

Este autor, en uno de sus libros señala que “El simple acto de simular una emoción tiende a hacerla nacer en el espíritu” (p.18). Es por ello que, de algún modo, la libre expresión de una emoción cualquiera, por señales exteriores, la hace más intensa, pudiendo ser ésta agradable o desagradable. De esta manera, el hombre puede acercarse a la posibilidad de concebir la máxima expresión de la espiritualidad.

Ahora bien, partiendo de la música como forma de expresión, ésta es considerada como un lenguaje universal. Rossell (2013) hace aportaciones en cuanto al lenguaje y la música, encontrando estrecha relación entre ellas:

Todos los seres humanos compartimos un código heredado, para interpretar el habla. Así en cualquier idioma, la ira se manifiesta gritando y el cariño susurrando. Da igual a qué raza pertenezcamos. Los mismos rudimentos emocionales del habla, son reconocidos universalmente y así ocurre con la música. Las melodías lentas con cadencias descendentes, generan en quienes las escuchan sensación de tristeza o melancolía; mientras que las cadencias ascendentes producen sentimientos estimulantes. La combinación de estos dos efectos, provoca una serie de emociones en nuestro cerebro, que nos hacen disfrutar de la música plenamente. (p.s/n)

En la cita referenciada anteriormente, puede observarse que la música y el lenguaje comparten similitudes en cuanto a organización y expresión; sin embargo, la música es considerada un lenguaje universal ya que estamos “programados” para que, al momento de escuchar algo, experimentemos las emociones deseadas por el compositor, o acercarnos a ellas. Esto último debido a nuestras propias experiencias como seres humanos.

En este sentido, Adorno (s/f) referenciado por Llamas (2011) señala que la música también puede ser y es mediación, aunque dicha mediación se despliega por un código diferente a la del lenguaje significativo de las palabras: “la música rompe sus intenciones dispersas con su propia fuerza y las deja reunirse para configurar el nombre” (p.s/n). Así pues, la música no tiene trama de sentido, sino que consta de evocaciones no siempre intencionales o que se puedan comunicar.

Independiente de nuestra cultura, género o cualquier característica personal variante, podemos llegar a experimentar emociones aproximadas o iguales con otras personas al momento de escuchar una obra musical. Es por eso que, la música no tiene fronteras, pues al familiarizarnos con cualquier tipo de música, ya la entendemos y hasta la podemos interpretar y, aún sin entenderla, ya sus efectos mueven nuestra fibra y llenan nuestro espíritu (Rossell, op.cit.).

Podría decirse que la música comienza desde lo individual, desde una experiencia personal, para luego pasar a ser una intención. La intención de compartir esa experiencia personal, ya sea desgarradora o apasionada, dolorosa o religiosa. Es precisamente esto lo que permite o lo que transmite la música, expresar no sólo con palabras, sino contextualizar lo vivido, algo que no se puede hacer solo con palabras.

Evidentemente, la música nos sugiere, nos evoca; nos lleva por los caminos de lo eterno y lo inexpresable. Las evocaciones que nos produce la música, entre otras, pueden ser de inmensidad, magnificencia, excelsitud, abatimiento (tristeza), meditación, profunda comunicación con todo lo que nos rodea, honda armonía y paz, equilibrio, conciliación, gran nivel de deleite estético y adquisición de un sentido vital-espiritual (Llamas, op.cit.).

A pesar de que la música es en un principio una intención personal, ésta se convierte en algo social, ya que transmitimos a través de ella, es definitiva, comunicamos a través de la música. En este sentido, Moreno (2003) señala que:

“El estudio del comportamiento musical ha de observar desde sus comienzos, que el individuo comprende una dimensión biológica, otra psicológico-emocional y su inserción en un entorno o medio social. Por lo tanto ha de contemplar la influencia que representa la música en su totalidad para el cuerpo, la mente, la emoción y el espíritu, y cómo se relaciona este individuo con la naturaleza y el medio social” (p.214)

Es por ello que, en la música hacen sinergia una serie de elementos que permiten transmitir lo que se desea expresar, incluyendo el lenguaje (verbal o no verbal), la técnica instrumental, el conocimiento; en fin, una serie de características que son necesarias para construirla, pero no para expresarla, ya que cualquier ser humano puede entenderla al escucharla, y sentir confianza, placer, sensación de unidad con sus semejantes y el mundo, amor por la naturaleza, euforia, tranquilidad, motivación, aproximación a los demás. También, el recuerdo de momentos y lugares bellos, sensaciones de apertura espiritual, elevación del nivel de consciencia, alegría sin causa, lágrimas. ¡Eso es música!

Acerca del autor:
Cristian J. Alvarado Segovia

Cristian J. Alvarado Segovia

Psicólogo Clínico y de la Salud, Psicoterapeuta Cognitivo Conductual, Técnico en Recursos No Verbales del Modelo Benenzon de Musicoterapia, Especialista en Mindfulness.

¡CONÓCEME!
¿Consultas? Escríbenos