Reexperimentación del trauma en profesionales de salud mental ante la agresión sexual a niños, niñas, adolescentes y mujeres

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Inicialmente, los efectos asociados a un trauma se vinculan a la víctima o victimas expuestas de manera directa a desastres naturales o eventos precipitados por el hombre, cuyas características se describen como angustiantes, amenazantes y dolorosas; dicha exposición genera respuestas naturales de estrés, constituidas en una reacción psicofisiológica motivada por fuentes de tensión internas y/o externas que sobrepasan las capacidades de cada individuo (Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, 2001).

Por lo tanto, en estas situaciones estresantes se muestra un impacto psicológico descrito a través de síntomas como a) reexperimentación del evento, b) embotamiento psíquico o evitación, e c) hiperactivación, haciendo mención estos síntomas a la presencia de un trastorno de estrés post traumático (Asociación americana de Psiquiatría, 2013). Tal definición, resulta ser un importante factor de riesgo dado el alcance que asume el trauma en sí mismo, pues teóricamente se ha abordado como este último establece consecuencias psicológicas no solo para la victima primaria, sino que abarca a aquellas personas expuestas al trabajo con personas traumatizadas, resultando ser victimas secundarias por impacto psicológico (Meda, Moreno, Rodríguez, Arias y Palomera, 2011). 

En concordancia con lo antes expuesto,  existen otras personas vulnerables a la vivencia de estrés post trauma de estos eventos angustiantes, haciendo mención a profesionales de la salud mental, trabajadores sociales, abogados, bomberos o cualquier otra persona vinculada a la principal víctima del trauma, (Guerra y Pereda, 2015) convirtiendo la exposición al sufrimiento y dolor como parte de la cotidianidad social, resultando en fenómenos complejos que engloban no solo la experiencia traumática en si misma sino en derivaciones psicológicas, emocionales, sociales y fisiológicas en aquellos que conocen del trauma a través de la vivencia de la víctima.  

De este modo, la Asolación Americana de Psiquiatría (2013), indica que el trastorno por estrés post traumático puede ser experimentado directamente por una persona y de manera indirecta por el profesional que la atiende, manteniendo concordancia con el desarrollo de síntomas intrusivos, evitativos y cambios en el estado fisiológico; influyendo en el profesional en la visión de sí mismo, del mundo y de los demás (Guerra y Pereda, 2015). 

En relación, existen numerosos términos asociados a la definición del proceso y respuesta característica generada por la exposición a la crisis traumática de manera indirecta, habiendo un término integrador el de traumatización secundaria, siendo este descrito como un síndrome característico del prestador de servicio de ayuda, como consecuencia de la exposición persistente al trabajo con víctimas de algún trauma (Figley, 1995). El mismo autor sugiere la presencia de cuatro factores principales explicativos y predisponentes de este compendio de respuestas:  1) capacidad para empatizar, resultado este un valor elemental para el abordaje y compresión de las víctimas, sin embargo, puede incrementar su sensación de vinculación entre el profesional, la víctima y su experiencia, siendo un riesgo aún mayor en aquellos profesionales con experiencias similares a los referidos en el evento traumático.

Conjuntamente, describe el autor, 2) el comportamiento hacia la victima: haciendo mención hacia el compromiso y actuación empática hacia la persona, 3) habilidad para distanciarse del trabajo y 4) nivel de satisfacción del profesional, que al encontrarse estas variables motivan la capacidad de distanciamiento como factor protector del profesional ante la experiencia narrada. 

En función de esto, autores revelan especial vulnerabilidad para la traumatización secundaria en especialistas/técnicos/profesionales de género femenino, que abordan explícitamente casos de violencia o trauma sexual, atienden población infantil o población joven y en afluencia frecuente y prolongada, lo que conlleva como consecuencia al desarrollo de estrategias de afrontamiento inadecuadas asociadas a la sobreprotección, sensación de angustia y nerviosismo (Valent, 1995). 

En igual forma, especialistas que otorgan acompañamiento a victimas de cualquier tipo de violencia se convierten en depósitos de dolor, sufrimiento e historias crueles, encontrándose en riesgo de afectarse a agotarse emocionalmente, responder desde su propia traumatizacion primaria, siendo desfavorable para desempeño laboral (Villanueva y Vizcardo, 2018).

Específicamente, en profesionales de salud y trabajo social se encuentra la elevada exposición a sistemas de violencia y trauma social, predisponiendo a una exposición continua de amenaza, manifestaciones emocionales alteradas y necesidades de intervención, donde se expone a la vivencia de la víctima, tornándose vulnerable la profesional a la generación de pensamientos, emociones y respuestas conductuales en atención a personas con sentido de vida y seguridad gravemente alteradas, generándose así una resignificación del dolor del otro y el propio del profesional (Casillas, 2018)

Por lo tanto, profesionales de la salud, dedicado al trabajo de violencia y trauma reciben un impacto psicológico no solo mediado por la exposición a la vivencia del otro, sino que igualmente influyen sus roles sociales, responsabilidades, rol profesional, generando impacto en el desempeño de su tarea a través de alteración de su respuesta emocional, conductual y posible contaminación de sus redes sociales, vínculos de apoyo y conductas de autocuidado (Pereira, 2019), ante ello, Santana y Farkas (2007), exponen brindar pautas de autocuidado, sistemas de apoyo organizacional y social que permita reducir riesgo de vinculación y desajuste emocional a causa de la ayuda hacia otros. 

En relación, Dutton y Rubinstein (1995), explican el estrés traumático secundario desde la complejidad no solo desde la exposición del evento y las características personales del profesional, sino que igualmente incluyen como factor de vulnerabilidad las características de la organización prestadora de servicio y su dinámica interna, encontrándose asociación con el desgaste por empatía siendo definido como el resultado y costo generado por la preocupación hacia otros y por su dolor emocional (Figley 1982). Dicha experimentación conlleva a un estado de agotamiento físico y mental, que disminuye capacidad e intención de respuesta ante la tarea de ayudar y trabajar con el dolor de otros, resultando en una respuesta natural ante la exposición prolongada y persistente al dolor y experiencias traumáticas de otros, siendo igualmente un desgaste tratable y prevenible (Parada, 2008). 

Sin embargo, su desestimación podría llevar al desarrollo de síntomas a nivel afectivo como experimentación de estados emocionales de culpa, angustia, miedo, tristeza, a nivel conductual promueve respuesta de irritabilidad, desorganización, impulsividad, disminución del comportamiento, conjuntamente, a nivel cognitivo se expresan dificultades de concentración, pensamientos intrusivos, apatía, preocupación por el trauma expuesto, (Kapoulitsas y Corcoran, 2015). Así como también, alteración del sueño y alimentación, (Gonzalez, 2017). 

De este modo, Parada (2008), afirma que ayudar al otro resulta ser gratificante, impulsando así la dedicación al cuidado y ayuda del otro, sin embargo, la necesidad de aliviar el dolor ajeno supone un riesgo para la salud del profesional, bien sea mental o física, generando así su desgaste profesional. 

En este sentido, el abordaje de poblaciones vinculadas a experiencias traumáticas de índole física y sexual implica, para quienes laboran directamente con ellos, desgaste profesional y personal, vinculado principalmente a la exposición constante a dicho eventos, la respuesta emocional derivada, así como también, a la adquisición de características propias del fenómeno de violencia vinculada a la minimización, aislamiento, negación (Pereira, 2019), resultando de esta manera, en la adquisición de síntomas psicológicos similares a los desarrollados en la victima pero en el profesional de ejercicio quien escasamente reconoce su vulnerabilidad ante dichos eventos. 

En este orden de idea, existe una expectativa natural de que profesionales dedicadas al abordaje de víctimas de experiencias traumáticas, puedan desarrollar síntomas de trastorno por estrés secundario, lo que hace necesario el desarrollo de programas que atiendan sus manifestaciones en tono preventivo pues para Ortlepp y Friedman (2002) es necesario tener en cuenta estos factores previo a cualquier trabajo de campo ya que su desestimación o “normalización” puede agravar el estado psicológico de las profesionales que, de otro modo, hubiera remitido de forma natural en caso de presentar las herramientas necesarias para afrontar el ejercicio laboral. 

De esta manera, las consecuencias descritas ponen en manifiesto la importancia de reconocer las reacciones y efectos psicológicos ante las experiencias traumáticas de los mismos profesionales que tienen que atenderlas y evidencia así mismo la urgencia de prevenir a través de formaciones técnicas y teóricas al personal (Moreno, Morante, Garrosa y Rodríguez, 2004). 

Es entonces en respuesta a lo antes expuesto, compartiendo la noción de “autocuidado a equipos psicosociales” propuesto por Arrendo (2017), quien integra la visión del operador/técnico/especialista en el análisis e intervención de fenómenos sociales.

En conjunto, se toman las recomendaciones de Parada, (2006) y Periera (2019), en la elaboración de un programa dirigido a psicólogas, trabajadoras sociales y abogadas, miembros de la Asociación Larense de Planificación Familiar (ALAPLAF), como centro de salud sexual y reproductiva orientado a la prevención y abordaje psicosocial de niñas, mujeres y adolescentes en situación de violencia, considerando los factores de riesgo predisponentes al ser mujeres, con exposición prolongada al acompañamiento de experiencias traumáticas en población vulnerable, siendo necesario el proceso de intervención antes, durante y después de la atención a población en riesgo.

 Al mismo tiempo, se toma en consideración lo expuesto por Huertas (2009), quien enfatiza aspectos específicos para trabajos preventivos con profesionales o técnicos prestadores de servicios en crisis y emergencias, considerando primordialmente el conocimiento, información y manejo académico y práctico de los casos a atender, reduciendo así la angustia por desconocimiento y apuntando mayormente a la satisfacción con el desempeño laboral.

De igual manera, se considera el respaldo y apoyo el equipo de trabajo y organización, con el propósito de fortalecer redes y canales de soporte, finalmente, espacio para el trabajo de aspectos emocionales y cognitivos asociados al ejercicio profesional.  

Acerca de la autora:
Elaine Mogollon

Elaine Mogollon

Psicóloga Clínica especialista en Riesgo Psicosocial

¡CONÓCEME!
¿Consultas? Escríbenos